miércoles, 3 de agosto de 2011

Ni mucho ni poco, ni tanto ni tan poco.

Bajo los efectos del amor, y yo sobre la ciudad más callada que puedas imaginar. Entre barrotes y sentirme más libre que nunca. El vértigo se fue y no está en ni en mi bolsillo. No hay brisa, no hay calor, no hay frío. Tan solo las luces, la oscuridad, este pequeño rincón y yo. Guardo mis palabras en cada segundo de ese minutero que convierte las horas en años. La vergüenza se la tragó mi perro y los deberes el sentimiento.
Ni si quiera suena la canción más bonita que escucharon mis oídos, porque no es un silencio completo, pero el canto del grillo no me gustaría romperlo, de hecho, no quisiera cambiar nada de lo que me rodea en este instante, ni si quiera me gustaría poner un dedo en todo aquello que no fueran mis teclas, porque todo parece tan frágil como una pompa de jabón. Ni si quiera cambiaría una sola tilde de este texto.
Busco una palabra que brille más que la luna que parece no quitarme ojo de encima, y ya miro hacia el cielo buscando estrellas.
Algunos escalofríos me recorren de arriba a abajo de pensar en que lo bonito puede ser pequeño, pero lo grande es maravilloso. En que lo corto es efímero, y lo efímero es bello, lo efímero no duele, pero que lo largo, lo largo cansa, duele, y a veces encanta. De pensar que formo parte de un lugar al que yo no conozco, al que todos llaman mundo. De pensar en todas las sonrisas escondidas para las lágrimas más vistas. De la facilidad de convertir llanto en carcajada, y de lo complicado convertir guerra en paz. De lo grande que es una palabra, por muy pequeña que se escriba, y darme cuenta que por cosas como esta, no solo por respirar me siento viva.
Tantos instrumentos para una voz, tan pocas orejas para tantas palabras, tan pocas uñas para tantos dientes.
De los gustos y de los colores, de lo blanco y lo negro. Tantos relojes para tan pocos minutos.
Tantas estrellas para una sola luna.

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